Mi madre tenía el arte de hacer muchas preparaciones distintas con el mismo ingrediente, y todas riquísimas.
Isabel Allende, escribió: “Una noche de enero de 1996 soñé que me lanzaba a una piscina llena de arroz con leche, donde nadaba con la gracia de una marsopa. Es mi dulce preferido, tanto es así que en 1991, en un restaurante de Madrid, pedí cuatro platos de arroz con leche y luego ordené un quinto de postre. Me los comí sin parpadear, con la vaga esperanza de que aquel nostálgico plato de mi niñez me ayudaría a soportar la angustia de ver a mi hija muy enferma. Ni mi alma ni mi hija se aliviaron, pero el arroz con leche quedó asociado en mi memoria con el consuelo espiritual”.
Estas palabras me resonaron tanto (también adoro el arroz con leche), pero yo recuerdo el aroma anisado del hinojo. Recuerdo tan nítidamente su textura crujiente y fresca en mi boca. Recuerdo cómo mi madre lo preparaba crudo en ensaladas o rehogado en la sartén. Tenía el arte de hacer muchas preparaciones distintas con el mismo ingrediente, y todas riquísimas.
Los alimentos de nuestra infancia no nos exigían mucho más que una vuelta por la verdulería, el almacén, y en ocasiones (cuando no se elaboraba pastelería en casa), la panadería del barrio.
Recordar lo que comíamos cuando éramos niños es una guía perfecta de todos los alimentos a los que siempre deberíamos volver, como volvemos a los libros que leíamos, a los juegos que jugábamos, a la música que escuchábamos.
El hinojo es uno de los tantos ejemplos de todo lo que nos aportaba la cocina simple y natural de nuestra niñez. La misma cocina que en el presente también puede transformarse en un gran consuelo físico, psicológico y emocional.
Si nos sentáramos un rato a hacer memoria, seguro recordaríamos varios vegetales de nuestra infancia que bien podrían formar parte de la farmacopea mundial. El hinojo, por ejemplo, es exquisito, nutritivo y sabroso en ensaladas y salsas, pero también alberga innumerables propiedades medicinales: tan sólo una simple decocción del bulbo o de sus semillas alivia un sinnnúmero de malestares (el «agua de hinojo», ohhhh, ¡qué maravilla! puedes ver la receta aquí).
Brinda bajo aporte energético pero es rico en hidratos de carbono y fibra. Contiene vitamina C, ácido fólico y potasio. Es digestivo y, al masticarlo, calma la ansiedad y alivia los nervios que se concentran en el estómago (en caso de dentaduras sensibles, se puede procesar). Es antiinflamatorio de las vías respiratorias superiores, expectorante, antiséptico, espasmolítico y carminativo. Es levemente relajante a nivel tráquea, estómago y útero. También reduce significativamente el mal aliento.
Te invito a incorporarlo a tu dieta, como así también a todos aquellos alimentos que te recuerden a tu infancia, porque allí se encuentra el secreto de la felicidad.
Si tuvieras que mencionar dos o tres aromas que te recuerden a la cocina de tu infancia, ¿cuáles serían?
Importante: el consumo de hierbas medicinales es ante todo un tratamiento preventivo y, en segundo lugar, alivia un sinnúmero de malestares, pero de ningún modo deben reemplazar a los medicamentos y/o tratamientos indicados por el médico. Las plantas medicinales poseen precauciones, contraindicaciones y advertencias. Las propiedades aquí descritas son a modo informativo y sobre la base de personas sanas que no estén bajo tratamiento o tomando medicación alopática. Ante cualquier duda o inquietud, debes consultar a tu médico de cabecera.