Si quieres saber quién soy, lee mis poemas, mis labios cuando estoy en silencio.
«Llamábamos a la tierra una de las flores del cielo, y llamábamos al cielo el infinito jardín de la vida».
Friedrich Hölderlin
Soy una especie de caballo salvaje que, a lo largo de los años, dejó de escuchar el galope de sus propios cascos para escuchar el trote de la manada.
Después de ver este pequeño video, en el que Morgan Freeman nos pregunta cómo podemos escuchar nuestra voz interior entre tanto ruido externo, me di cuenta que mi propio sonido se había vuelto imperceptible.
Juan Carlos Kreimer, en su libro El artista como buscador espiritual, escribe: “El artista va más allá de su individualidad, se siente parte de un Todo, no su eje, no su centro: representa ese Todo ‘sin separación’. De la misma manera que ustedes, lectores, Francisco, yo, y todos somos representantes de algo cósmico”. Inmediatamente pensé: también necesito aquietar las hierbas de ese algo cósmico hasta encontrar (y representar) el galope que suena dentro mío.
Siempre me encuentro buscando algo y creo que está relacionado con las enormes ansias de vivir y, al mismo tiempo, otorgar un sentido a la existencia; por eso, intento refinar la búsqueda y comprender un poco más sobre el comportamiento de los animales y las plantas para que su lento transcurrir me dé tranquilidad y sabiduría.
Me detengo en la expresión “me encuentro buscando”. Es un maravilloso hallazgo en el fluir inconsciente de la escritura; acaso porque en esa “búsqueda-espejo” siempre me encuentro cara a cara conmigo misma.
¿Cómo traslado el ritmo sagrado de la naturaleza a mi presente citadino? Me reúno con mi soledad. Camino por espacios verdes, les tomo fotografías a las plantas y los árboles, me acurruco debajo de su copa. Observo el vuelo elástico de las golondrinas. Escribo.
Pero no siempre tiene que haber acción. También soy (o únicamente soy en esencia) lo que no sucede.
“Lo que a menudo llamo expansión de la conciencia se presenta como expansión de las sensaciones. La existencia como corporeidad. A mi mente llegan mensajes generados en otro cerebro: ¿será el mismo al que los buscadores espirituales ubican en el corazón? Sus células parecen actuar como neuronas, el aire como sinapsis, la cabeza recibe algo indescriptible. La tripa siente y produce chispa. Un lugar ilumina a otro y así.
Esa no palabra, ese no lugar, ese no tiempo. Ver, escucharlo, registrarlo».
Juan Carlos Kreimer
Ese no tiempo es el tiempo del corazón.
Liliana Racauchi, una de mis tantas maestras, me enseñó que comer es meditar, es estar atenta a cada bocado, masticar hasta convertir en líquidos los sólidos y recién en ese estado tragarlos. Siguiendo esa idea, en ese no tiempo que se abre cuando camino, cada paso le da forma al pensamiento, lo convierte en líquido, lo vuelve una fina lámina contra el piso, lo pulveriza hasta hacerlo desaparecer.
“Prefiero el invierno y el otoño, cuando sientes la estructura ósea del paisaje, su soledad; la sensación muerta del invierno. Algo espera debajo, la historia completa no se muestra”.
Andrés Wyeth
El pincel atraviesa las costillas de la hierba; quirúrgico va, esquivando la policromía. La luna acompaña a Remedios en su trazo; no es más que un círculo grisáceo, agradecido.
Pienso que somos como esos animales. Un momento detenido en el tiempo. Una cornada entre las sombras del monte, un chillido guarecido en alguna parte. Es ahora. Sucede.
Miré hacia delante y un halcón peregrino caminaba nuestros huesos. No es noticia.
Para qué adivinar los caídos, si de todas formas llegarán, como una plaga al comienzo del verano.
Quedémonos así, ebrios de alegría, entre presente y tierra. Cantemos.
Que nos escuchen los solitarios, los agoreros y las mariposas nocturnas. No nos importan sus anuncios.
Escuchen. El viento no pasa. Queda.
Música para acompañar la lectura: