El momento del agua

Descubro lo conocido una y otra vez y el hallazgo me revela aspectos distintos de su personalidad.

“Necesitamos aprender a vivir con reverencia ante el misterio del ser, con gratitud por el regalo de la vida y con humildad respecto al lugar que ocupa el ser humano en la naturaleza”.

Carta de la Tierra
Falta de atención

Ayer me porté mal con el cosmos.
Viví todo el día sin preguntar por nada,
sin sorprenderme de nada.

Realicé acciones cotidianas,
como si fuera lo único que tenía que hacer.

Inhalar, exhalar, un paso tras otro, obligaciones,
pero sin pensamientos que fueran más allá
de salir de casa y volver a casa.

El mundo podría ser tenido como un mundo loco
y yo lo tuve para mi propio y trivial uso.

Ningún cómo, ningún por qué,
o de dónde ha salido éste,
o para qué quiere tantos impacientes detalles.

Fui como un clavo superficialmente clavado a la pared,

o
(aquí una comparación que no se me ha ocurrido).

Uno tras otro se fueron sucediendo cambios
incluso en el limitado campo de un abrir y cerrar de ojos.

En la mesa más joven, con una mano un día más joven
había pan de ayer cortado de forma distinta.

Las nubes como nunca y la lluvia como nunca,
porque era con otras gotas que llovía.

La Tierra giraba sobre su eje
pero en un espacio abandonado para siempre.

Duró sus buenas 24 horas.
1.440 minutos de ocasiones.
86.400 segundos para mirar.

El cósmico savoir-vivre*
aunque calla sobre nuestro asunto,
exige, sin embargo, algo de nosotros:
una cierta atención, un par de frases de Pascal
y una sorprendente participación en este juego
de reglas desconocidas.


Wislawa Szymborska

*Saber vivir.

Al finalizar la lectura de este poema, sentí cómo cada fibra de mi cuerpo se desplazaba. Me pregunté qué es lo que hago cotidianamente de mí misma, qué sutil transformación podría ofrecerle a mi existencia, cómo podría celebrarla y celebrar en ella todo lo que me rodeaba; sin fechas especiales, sin conmemoraciones.

En el repaso de mis días, me di cuenta que hace rato no salgo a caminar para reconocer o identificar especies animales o vegetales. Más bien lo hago para encontrarme conmigo misma y con los seres de la naturaleza. El mismo encuentro que podría tener con un amigo o un ser querido. Camino y saludo interiormente a las malvas o al timbó. Reverencio al suirirí posado en un jacarandá. Descubro lo conocido una y otra vez y el hallazgo me revela aspectos distintos de su personalidad.

Me corro para dar lugar al momento del árbol, al momento del pájaro, al momento del agua si quiere llover. Todos tenemos un momento especial. Por ejemplo, los elementos inorgánicos aparecen cuando más imploro por ellos. Pido por favor que llueva para que anime a las plantas, y en minutos las primeras gotas descienden mansas por la escalera del cielo.

En su libro La tonalidad del pensamiento, Byung-Chul Han (filósofo sur-coreano), diría que mis impresiones de lo ya conocido son «variaciones» de un mismo acontecer. Su obra es extensa y maravillosa pero la crítica sostiene que se repite permanentemente, a lo cual, Han afirma: «Hay personas que me acusan de repetirme demasiado. Pero no se dan cuenta de que mis libros no son repeticiones, sino variaciones. En cierto modo, estoy tejiendo una alfombra. Me ocupo de que con el tiempo esa alfombra se haga más y más gruesa y que su color sea más y más intenso, pero manteniendo siempre su forma inicial. Lo mismo es más bello que lo diferente. La teoría siempre presupone que lo mismo permite variaciones. Hay que diferenciar, pues, entre lo idéntico y lo mismo. Lo idéntico no permite ninguna variación. Carece de anchura y de distancia. Mis libros se guían por las Variaciones Goldberg. En las Variaciones Goldberg las melodías no varían. Las variaciones se orientan aquí hacia treinta y dos notas de bajo. También mis libros siguen líneas de bajo con notas fundamentales, como las Variaciones Goldberg, que en mi caso se articulan en forma de conceptos fundamentales. Si considero mi libro La sociedad del cansancio como aria de todo el ciclo, entonces a este ensayo le deberían seguir treinta variaciones. Ya se sabe que el aria de las Variaciones Goldberg no solo proporciona el bajo fundamental, sino que también remata la pieza da capo. Como no podía ser de otro modo, cerraremos el acto de hoy con esta aria de las Variaciones Goldberg. El gran protagonista de esta velada no soy yo, no es Byung-Chul Han, sino el aria de las Variaciones Goldberg».

Ecoparque de la Ciudad de Buenos Aires

Los poetas de los pueblos originarios conciben al lenguaje como “no sólo privativo de la vivencia humana, sino también de todos los elementos que conforman el universo; la vida se concentra y acumula en todo ser, en toda expresión del mundo y el trasmundo, es la amistad que relaciona a todos los seres y los concentra en la pluralidad de los ecos”. En este sentido, la naturaleza inspira al lenguaje poético de la comunidad; ellos ven poesía en el vuelo de las garzas, o el caminar de los flamencos.

La poesía, en general, transforma la vida cotidiana en un relato fantástico. Concibe “lo real” como lo que es, y también como un espacio donde se suceden acontecimientos ordinarios de modo extraordinario. Un sauce y un hornero aconsejan a la humanidad. Los caracoles son seres divinos arrojados en una orilla cualquiera de cualquier océano. El ala de una gaviota desgarra el mar. Una serpiente se enrosca en nuestros pensamientos y un viento helado es la muerte susurrando al oído. El mito es el símbolo sagrado que quiere darse a conocer a través de la poesía y la naturaleza. Aquello en lo que creemos pero no podemos asir, que no existe más que en un par de versos o -como escribió Antonio Esteban Agüero- en leyendas sobre las catedrales de los pájaros, los árboles (pero por si acaso cuando nos lo cuentan o lo leemos cruzamos de vereda, ponemos en duda, lo exageramos, escapamos o nos hacemos la señal de la cruz).

Un árbol o una planta que no es sagrada, en tanto que árbol o en tanto que planta, se convierten en sagrados por su participación en una realidad trascendente. Se hacen sagrados porque significan esta realidad trascendente. Por su consagración, la especie vegetal concreta, profana, se transustancia. Según la dialéctica de lo Sagrado, un fragmento (un árbol, una planta) vale el todo (el Cosmos, la Vida), un objeto profano se convierte en una hierofanía (una expresión de lo Sagrado)«.

Fragmento del libro Egipto invisible, de Fernando Schwarz

Salgo y tomo nota de cada breve e imperceptible momento hasta que las palabras se vuelven poema. Intento testimoniar la experiencia de contemplar la naturaleza y describir lo que ella me transmite al punto de tornarlo sagrado.

Los habitantes del sueño

Llueve el grito
réquiem del árbol
madreselvas, alcornoques
arcanos los bichos de luz
no escapan de la soledad nocturna
se siente el cobijo del rocío
su respiración
la encarnadura de las raíces
debajo de mis pies.

Poema de mi libro Alimento para la fe del cuerpo

¿Te animas a transformar cada escena cotidiana en un evento extraordinario?

Música para acompañar la lectura:

Lord of the Rings Sound of The Shire

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