¿Qué es lo que en nuestro día a día podríamos considerar “vida”? ¿En qué medida podríamos imitar a una Garza, una Hormiga o un Delfín? ¿Qué hábitos de algunos animales o plantas podríamos incorporar?
Era como la sencilla corriente de un arroyo,
atravesando juncos donde
las garzas cuelgan su tímida presencia”.
Atahualpa Yupanqui
Creo que escribir sobre la naturaleza siempre es un acto autorreferencial. Eso pensé luego de que una amiga me etiquetara en unas fotos naturalistas del sur del Río de La Plata y me dieran ganas de esbozar estas líneas.
Apenas observé la Garza mora en una de las imágenes, sentí cuánto necesitaba la templanza de esa ave. Es que si tan sólo los seres humanos pudiéramos volvernos más animales (de lo que ya somos), nos evitaríamos muchas penas en el corazón.
No encuentro ni salvajismo ni barbarie en el modo de vida de esa Garza. Se toma todo el tiempo del mundo en buscar alimento, en elegir pareja, en escoger el lugar adecuado para hacer el nido y luego criar a sus pichones. Observa por varios minutos, impávida, el entorno. Permanece inmóvil, camina dos o tres pasos, y nuevamente inmóvil.
Y mientras escribo sobre esa bella Garza, también escribo sobre mi propia existencia, en todo lo que me falta para parecerme a ella y cómo podría imitarla. ¿Alguna vez has sentido lo mismo?
Leyendo unos apuntes, encontré que ese deseo tan profundo que nos atraviesa se llama “biomímesis”: “También conocida como biomimética o biomimetismo, es el proceso de observar, entender y aplicar soluciones de la naturaleza a los problemas humanos. Este concepto es explorado activamente por Janine Benyus y su equipo quienes se preguntan, entre otras cosas: “¿Cómo podemos hacer evolucionar y transformar nuestras tecnologías y procesos, de forma tal que ofrezcan un futuro a largo plazo para nuestra especie y para la vida en su integridad? ¿Qué estrategias de supervivencia a largo plazo han funcionado en la naturaleza hasta ahora y cómo podemos replicarlas?».
El ser del ave me interpela, y me pregunto, ¿qué es lo que en nuestro día a día podríamos considerar “vida”? ¿En qué medida podríamos imitar a una Garza, una Hormiga o un Delfín? ¿Qué hábitos de algunos animales o plantas podríamos incorporar?
¿Te animas a contarme tu experiencia en los comentarios?
“Yo venía con un caudal de soledades no del todo acomodadas. Fiel a la leyenda del Viento, recogí yaravíes de los Andes, tristes de Arequipa, huaynos de Puno, bailecitos de Tarija. Algo de eso toqué. Y para ayudar al clima del artista oriental, arrimé una milonga punteada a la manera de los entrerrianos. Y luego todos nos quedamos, serenos y expectantes, como los álamos al alba. Un silencio cordial nos envolvía. Telémaco Morales afinó su instrumento, en pianísimas armónicas. Y su guitarra desgranó un estilo. Un antiguo estilo, que parecía tocado en primera audición. Bien armonizado, y el leitmotiv cantado en las bordonas con naturalidad, con lógica. Era como la sencilla corriente de un arroyo, atravesando juncos donde las garzas cuelgan su tímida presencia”.
De “El canto del viento”, Atahualpa Yupanqui.
Música para acompañar la lectura:
(*Adaptación musicalizada por el gran payador argentino Atahualpa Yupanqui, a partir de un poema del peruano José Santos Chocano).
Nostalgia
Hace ya diez años
que recorro el mundo.
¡He vivido poco!
¡Me he cansado mucho!
Quien vive de prisa no vive de veras:
quien no echa raíces no puede dar fruto.
Ser río que corre, ser nube que pasa,
sin dejar recuerdos ni rastro ninguno,
es triste, y más triste para el que se siente
nube en lo elevado, río en lo profundo.
Quisiera ser árbol, mejor que ser ave,
quisiera ser leño, mejor que ser humo,
y al viaje que cansa
prefiero el terruño:
la ciudad nativa con sus campanarios,
arcaicos balcones, portales vetustos
y calles estrechas, como si las casas
tampoco quisieran separarse mucho…
Estoy en la orilla
de un sendero abrupto.
Miro la serpiente de la carretera
que en cada montaña da vueltas a un nudo;
y entonces comprendo que el camino es largo,
que el terreno es brusco,
que la cuesta es ardua,
que el paisaje mustio…
¡Señor!, ya me canso de viajar, ya siento
nostalgia, ya ansío descansar muy junto
de los míos… Todos rodearán mi asiento
para que diga mis penas y triunfos;
y yo, a la manera del que recorriera
un álbum de cromos, contaré con gusto
las mil y una noches de mis aventuras
y acabaré con esta frase de infortunio:
-¡He vivido poco!
¡Me he cansado mucho!
José Santos Chocano