La noche: el invierno del día. Pausa que venero, como la veneran los pájaros: descansando desde bien temprano en el interior de los árboles.
Es en lo que no es
que la luz
se expande luz,
sobre lo que es
muestra lo que es
lo que ya carga
con su sombra,
y es en el vacío que
resguardamos
-allí donde no somos-
donde encuentra
espacio la vida
para seguirnos creando.Hugo Mujica
Resonaron fuerte, dentro mío, los últimos versos de este poema de Hugo Mujica (escritor, ensayista y poeta argentino). En ese momento -cuando la noche y el vacío lo abarcan todo-, es donde despliego las alas que la luz no me permite; donde la sangre descansa, para luego devolverme transformada, renovada y plena, al día siguiente. La noche es otra entidad a la que venero, como la veneran los pájaros: reposando desde bien temprano en el interior de los árboles.
Al igual que todos los seres vivos, la vida del ser humano transcurre en íntima relación con los ritmos de la naturaleza. Debido a que la Tierra gira sobre su propio eje en 24 horas, la mitad del día se encuentra iluminada por el Sol en la que llamaremos “consciencia diurna”. Las 12 horas restantes son de “consciencia nocturna” (límite sólo ampliado por la luz artificial).
Si la noche fuera una estación y el día se convirtiera en un año, podríamos compararla con el invierno del día: nos invita a replegarnos, nos ofrece quietud para afrontar lo que vendrá.
La consciencia diurna o del Sol desgasta el cuerpo, y la consciencia nocturna o de las estrellas repara los daños y el desgaste del día. Por este motivo, las horas nocturnas son importantes para revitalizarnos; para descansar mente, cuerpo y espíritu.
Las plantas se encuentran bajo la misma influencia. El día estimula la fotosíntesis, y la noche las sumerge en la consciencia de las estrellas promoviendo innumerables procesos, entre ellos, estimulando el crecimiento, es decir, la vivencia nocturna aporta la energía y vitalización necesarias, y el día la desvitalización.
Una de las Leyes de la Naturaleza es la necesidad que acompaña a todos los cuerpos de respetar los ritmos naturales. En la medida en que cada vez más sometemos a los cuerpos a estímulos artificiales, provocamos más perjuicios en su salud. Todo lo existente evoluciona por ciclos: el día y la noche forman un ciclo en la vida de todos los seres, al igual que las estaciones, etc.
"Debemos estar abiertos a contemplar el mundo como es, no como lo interpretamos. Sin percibirlo, es probable que no sepamos nunca lo que realmente somos ni captemos nuestro sentido ni el de todo lo que nos rodea. Es, probablemente, lo que sucede a mucha gente en el mundo de hoy. Muchas personas se sienten como perdidas en una sociedad y un Universo a la deriva. Y es probable que a ése lamentable estado de cosas pueda estar contribuyendo el sentirnos aislados. Como partículas insignificantes sin conexión con algo trascendente. Partículas intrascendentes.
La contemplación de la Naturaleza puede ayudar a restaurar una verdad básica que muchos no ven y que podría ser de gran ayuda a la hora de dejar de verse a sí mismos como una especie de nada flotando en la nada. Porque esa contemplación lleva a apreciar una realidad que es, precisamente, la contraria. No la nada sino el Todo. No el vacío sino la plenitud. O algo que al menos es un atisbo de ello.
Lo que nos sucede al estar encerrados en las ciudades y en una serie de pensamientos y modos de vida o supuesta vida es lo mismo que sucede con las farolas. Nos dan una luz restringida, sí. Parece que nos hacen ver. Al menos el ancho de una calle. Pero la verdad es que es probable que nos nieguen una visión mayor. De noche, por la contaminación lumínica, nos roban la visión de las estrellas. De millones de estrellas.
Encerrados en la civilización, en su tecnología, en sus ideas (mejores o peores), en sus preocupaciones… olvidamos algo que nos conecta con realidades mayores. Con lo más universal. Algo que pareciéramos haber olvidado. Una verdad básica: que somos uno con lo que nos rodea".
Fragmento del ensayo Contemplación de la naturaleza y ética ambiental, de Josep M. Mallarach, Beatriz Calvo, Carlos de Prada y Emilio Chuvieco (Universidad de Alcalá, España).
Las luces encendidas por la noche:
- Estresan a las plantas.
- Alteran su sistema inmunológico.
- Quedan expuestas a la invasión de insectos nocivos atraídos por la luz.
- Alejan a los insectos benéficos y polinizadores naturales que esperan la noche para hacer su trabajo.
- Las luces artificiales engañan y provocan súper estimulación, entre otros insectos, a las mariposas nocturnas, dejándolas vulnerables frente a los predadores.
Por la noche, ¿tú también apagas las luces por piedad a los animales y a las plantas?
Si tienes un parque, un balcón o un jardín, un vivero o cualquier espacio verde, ofréceles el valioso regalo de la oscuridad.
«Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
He respirado al lado del mar fuego de luz.
Lento respira el mundo en mi respiración.
En la noche respiro la noche de la noche.
Respira el labio en labio el aire enamorado.
Boca puesta en la boca cerrada de secretos,
respiro con la savia de los troncos talados,
y, como roca voy respirando el silencio
y, como las raíces negras, respiro azul
arriba en los ramajes de verdor rumoroso.
(…) Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
Me he sentado en el centro del mundo a respirar».
Antonio Colinas
Música para acompañar la lectura: