De bosques ásperos y médanos danzantes

«En el desierto entra más arena que en ninguna otra palabra».

FUE AHÍ DONDE lo enterré: 
ni tan hondo ni tan lejos
en la grávida ausencia
donde el follaje recubre ahora su tegumento

fue ahí
—ésa fue la hoguera que me encegueció—
el pulso vibrátil y su llaga
el ondular pausado y fresco del humus
no detuvieron su tiempo

pero fue ahí
que el barro se quebró
que las tornas se volvieron
del mismo color que los reflejos cárdenos

fue ahí
donde enterré su furioso corazón imantado

PASIÓN

un latigazo rasante
como una piedra arrojada al centro
de todos los lagos que sucumbieron a Narciso

el repiqueteo constante y consternado de sus alas
que ahora no pueden elevarse, indignas,
manchadas por su propia desidia

un asalto a la carne, un odioso arresto, un complot de la sangre
que se niega, terca,
cuando él y todo su séquito ya se fueron

un fuego votivo que alumbra ciudades enteras en el corazón
que se vuelve más naranja que el sol a medida que nace
y tarda en ocultarse toda una eternidad

quebrar reglas y monolitos,
suplicarle a la muerte que ahora no, que más tarde
cuando todo haya terminado

agua, al fin, que se entrega con cada beso
y hace de cada lengua un remo para desafiar
a las bruscas tempestades del olvido

Tardor (a la manera de Ítalo Calvino)

En la ciudad llamada Tardor abundan las hojas secas. No se sabe cuándo fue fundada ni por quién, pero a ninguno de sus habitantes le importa demasiado. Todos fueron a parar allí por razones tan maravillosas y absurdas como la extrema melancolía, la alegría más fugaz, el trino de ciertos pájaros o un amor desdichado. Se dice que entre los montones de hojas que tapizan sus puentes y caminos se esconden gatos de ámbar, cuyos ojos reflejan todos los destinos. Se dice también que hay madres, abuelas y tías tejiendo infinitas bufandas para niños que nunca se cansan de correr por sus solitarios parques. El secreto de su encanto reside en el misterio que susurran las piedras gastadas por el tiempo y las hojas que ruedan en imposibles danzas. Muchos poetas se han acercado hasta las puertas de Tardor pero pocos han logrado entrar. Se dice que su hechizo dura para siempre y que quienes traspasan sus lánguidos muros jamás vuelven, ni tienen el menor deseo de volver.

APENAS AMEBA

Este zoológico soy yo, la fauna del cielo en las jaulas del alma.
Felipe García Quintero

Yo quería ser una pantera
que en la sigilosa viscosidad de la noche
atrapara su corazón
y nunca se lo devolviera

Yo quería ser una brava leona
haciéndole frente a todos los cobardes
a los buitres
a las águilas
a todas las plumas ensangrentadas

Quería ser una fría serpiente
no sentir nada
y emitir sólo hórridos chillidos

Yo quería ser una gacela
correr más rápido que todos
no dejar que nunca nadie me alcanzara

Yo quería vestirme de jirafa
volverme elefanta
hacer piruetas
y tener la casta prudencia de las cebras

Yo quería ser potranca
cabalgar ida y vuelta al infierno
doblar herraduras
no temerle a nada

Ni siquiera crisálida
(mucho menos oruga)
apenas ameba
he sido

EL BOSQUE DE LAS PALABRAS

Yo sé que la palabra dientes tiene en efecto dientes: son muy afilados pero muy pequeños y, en general, no pueden hacer mucho daño. Pero esa d y esa i juntas hacen que los hombres enseñen sus propios dientes al pronunciarla, como los perros enseñan sin más los suyos. Es palabra de cuidado, aunque no revista gran porte.
Sé también que la palabra oscuridad está llena de sí misma: en el pozo que se forma en la cu cabe un infinito de sombras y ecos que asusta a muchas personas. Es sabido que con sólo invocarla ella aparece: uno dice “oscuridad” y por un momento el Sol ennegrece su luz, el movimiento eterno del corazón parece que también se detiene y es preciso exorcizarla rápidamente para que todo vuelva a la normalidad.
En el desierto entra más arena que en ninguna otra palabra: hay médanos continuos y sinuosos que la definen y defienden contra el resto, con su d tan alta y su e tan pequeñita, las revueltas curvilíneas de la s y luego esa otra gran altura de la t. Por último, termina en una o, un remolino, un perfecto ouroboros verbal.
La palabra vampiro, por supuesto, se chupa a todas las demás. Abre un vórtice de horror a su alrededor y todo cae dentro de ella. Chupa hasta los huesitos de todas las que se le acercan, se alimenta con cualquier alimaña que se le cruza, es detestable, molesta a todos los vecinos, nadie la quiere cerca, aunque muchos, por puro deseo de escandalizar, la idolatran. Lo mal que hacen.
Por último, en terror se encuentra el abismo perfecto: esa dubitativa te, en principio inofensiva, es la puerta de entrada a las máximas desolaciones del ser humano que se condensan en ese hosco grito que da rror, cuyas resonancias quedan girando en todas las cavernas y todos los intersticios de nuestro cuerpo, sin que podamos detener sus reverberaciones jamás.
Por eso hay que andar con mucho cuidado en el bosque de las palabras, donde hasta las más inocentes son lobos disfrazados de tiernos corderos, y enseñan los dientes.

*Textos creados entre 2010 y 2011 en el taller virtual de poesía de la poeta Laura Yasán.


Poeta y editora. Nació en Avellaneda en 1974 y vivió en el conurbano hasta el 2010, momento en que se mudó a la ciudad de las diagonales. Estudió Letras en la Universidad Nacional de La Plata, pero abandonó porque la literatura siempre estaba (y sigue estando) en otra parte. Desde el año 2008 trabaja en el repositorio institucional de la UNLP, el Servicio de Difusión de la Creación Intelectual (SEDICI), catalogando recursos digitales. Ha editado y corregido numerosos libros de ficción, no ficción y académicos. Entre los años 2010 y 2019 dictó talleres literarios en diversos ámbitos. Organizó ciclos de lectura de poesía, cubrió obras de teatro para la agencia de noticias ANSud y participó del staff de reseñistas del sitio web Sólo Tempestad. Dispone de varios blogs de temática literaria, y colaboró en revistas y boletines literarios, además de editar uno, La Granda Milito, entre 2002 y 2006. Participó activamente en la elaboración del Diccionario de Autores Argentinos, proyecto patrocinado por Petrobrás, presentado en la Feria del Libro en 2007. Publicó los libros de poemas Peaches en Regalia (2008), Pequeño manual de anatomía masculina (2017) y Orozquianas (2018), este último disponible on line con descarga gratuita, así como el libro de reseñas Fauna abisal (2016). En la actualidad, forma parte del Equipo Pedagógico del Taller de Corte y Corrección, orientado por el escritor Marcelo di Marco, es secretaria de redacción del periódico literario Fin, e imparte un taller de poesía en la misma comunidad.


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