Solemos decir que los árboles son de crecimiento lento o rápido. ¿Será que medimos su tiempo con respecto a la fugacidad o lentitud del nuestro?
“A qué inmensidad
altísima y perdida
clama
la inmensidad de sí mismo».
Leopoldo Castilla
Solemos decir que los árboles son de crecimiento lento o rápido. ¿Será que medimos su tiempo con respecto a la fugacidad o lentitud del nuestro?
El tiempo de espera de las flores, el tiempo de espera de los árboles, el tiempo de espera de los pájaros. Y el tiempo de espera de los humanos.
Hay que saber esperar con la altura de los zorzales, por ejemplo. Esperar es un don. Esperar no es para cualquiera.
Anhelo saber esperar como espera el velero al viento, los balcones antiguos a los recuerdos, las contradicciones a un sábado por la noche.
Me dijeron que si esperaba encontraría mi propia identidad, y así fue. Hasta hace poco tenía la identidad que quería mi padre, o la que pretendía mi madre. El apellido de un tío abuelo políticamente reconocido, el sol en Piscis, y ya perdí la cuenta de otros divagues que sólo existen para pasar el rato entre amigos. Y otra vez el tiempo. El anhelo de volver a casa: mi propia naturaleza.
Y “cuando todo resulta tan incierto y parece que no puedo confiar en nada, ¿dónde puedo depositar la fe, el amor y la esperanza? A veces, esta pregunta se plantea con una abrumadora urgencia, y entonces, como una semilla dormida que brota desde lo profundo de nuestro interior con la promesa de la primavera, la naturaleza nos da una respuesta. La fuerza de nuestra biofilia nos ayuda a “perseverar en la vida”. Fromm creía que muchos males modernos estaban relacionados con la pérdida de nuestro parentesco inconsciente con el mundo natural, que provocaba una angustia de separación que no reconocemos. “La tierra, los animales y las plantas siguen siendo el mundo del ser humano”, escribió, “y cuánto más se libera la raza humana de estos vínculos primarios, más se separa del mundo natural y más intensa es la necesidad de encontrar nuevas formas de escapar de la separación. El problema de la vida contemporánea no sólo es la falta de contacto con la naturaleza, sino también el modo en que cerramos la mente y llenamos el vacío de nuestra vida”. Sue Stuart-Smith.
La espera es una batalla contra la incertidumbre, y a su vez es honrar el vacío del instante en el que nada acontece, como dice Ivonne Bordelois, “una angustia crepuscular, de un crepúsculo sin dioses”. Un crepúsculo con sólo los árboles como padres, los albatros como guías de los navegantes, las hormigas como servicio meteorológico.
Hoy recalo en las orillas de un mar que es sólo mío, sin astros ni genealogía, sin nombre ni apellido.
Música para acompañar la lectura:
No me molesten.
Acabo
de nacer.
Mary Oliver