Las aves, celebración de la vida

«Ningún pájaro que viva en el bosque ansía mudarse a vivir dentro de una jaula». Henrik Ibsen.

«Mientras viva, escucharé cascadas, pájaros y vientos cantar. Interpretaré las rocas, aprenderé el lenguaje de las inundaciones, la tormenta y la avalancha. Me familiarizaré con los glaciares y los jardines salvajes, y me acercaré tanto como pueda al corazón del mundo».

John Muir

Al igual que el grupo de amigos que por las tardes concurre siempre a un mismo bar, las aves también tienen sus rincones favoritos. Fui tantas veces a la Reserva Ecológica Costanera Norte, que logré identificar los espacios donde se reúnen casi siempre las mismas especies. Como buenas amantes del agua, las Garzas o los Biguá son muy previsibles; pero me sorprenden las otras, las que podrían esparcirse a su antojo por todos los árboles y arbustos del lugar y aún así no lo hacen, simplemente frecuentan los mismos bares vegetales, colmados de insectos, semillas o frutos de primavera. Claro que no los escogen al azar, sino que es una cuestión bien estudiada, pero escribiré al respecto en una próxima nota, quizás.

Al llegar, Chincheros Chicos. Más adelante, Colibríes y Tordos Renegridos. A mitad de camino, Ratonas Comunes y Golondrinas Domésticas, ambas de movimientos prácticamente imposibles de fotografiar. En la anteúltima curva, Jilgueros Dorados. Al finalizar, las Tacuaritas. Ellas y sus rituales. Estaban exactamente donde estimé que iban a estar.

Garza Mora (Ardea cocoi)

El día no pudo tocarme más bello. Una madrugada lluviosa dio paso a una mañana húmeda y nublada que me inundó de aromas terrosos y florales, luz ténue, aves por doquier alimentándose, y mucha felicidad.

Escribo durazno
y siento la pulpa estrellándose en el monte
un estruendo de mariposas surcando el aire
hormigas en balsas de plumas
figuras radiantes de pescadores.

Fotografía: costa del Río de la Plata, Reserva Ecológica Costanera Norte, Ciudad de Buenos Aires.

Siempre tomo pocas fotografías porque los binoculares acaparan mi atención. Ellos me ayudan a ingresar -indiscretamente-, en la vida de las aves. Me quedo un rato observándolas cómo interactúan. Sus discusiones, sus gestos de amor, su manera de peinarse, jaja, o más bien, de acicalar sus plumas. En la caminata que realizamos hace poquito al Ecoparque de la Ciudad de Buenos Aires, comenté al grupo que lo que más me interesa es que me acompañen a mirar. Por supuesto que saber los nombres de animales y plantas calma la sed de curiosidad humana, pero la mirada es la que nos guiará hacia un conocimiento profundo y superador de la flora y la fauna y, sobre todo, a la comprensión y al amor por la naturaleza. El aprendizaje se posará entonces en la conexión entre los espíritus del ser observador y el ser observado… algo bien difícil a través de la fotografía, y más logrado a través de la contemplación. Mi energía no se dirige hacia el «disparo» de la cámara, sino a disfrutar cómo el ave se zambulle en el agua o dialoga con su pareja. A su vez, un ser me lleva a otro y en ese preciso instante descubro cómo la vida se hace gigante ante mis ojos. Aparecen plantas, mamíferos y un sinfín de respiraciones…

Creo que este oasis verde de la Ciudad de Buenos Aires tiene un gran cartel de neón en su puerta, y se ha convertido para mí también en un bar vegetal al que asisto frecuentemente a encontrarme con amigos muy queridos.

Colibrí 

Vamos a suponer que digo verano
escribo la palabra "colibrí",
la meto en un sobre
y la llevo colina abajo
hasta el buzón.
Cuando abras la carta
te acordarás
de aquellos días y lo mucho,
lo muchísimo que te quiero.


Raymond Carver

Música para acompañar la lectura:

Ophelia Wilde, A new chapter

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