Los niños y más tarde los adultos somos libros y flores, con formas y lenguajes únicos: hacedores de rasgos particulares, nuestra identidad, la que no puede ser arrastrada por el agua.
“Desembarcaron
llovidos
y pobres.
Milagreando solos”.
Leopoldo Castilla
Cuando era niña, mientras la maestra hablaba, yo me detenía en las mariposas que volaban sobre las flores del jardín de mi escuela. Hasta hace poco creí que siempre tuve “déficit de atención” o que era muy dispersa (no he cambiado mucho) pero me explicaron que no, que en verdad yo estaba atenta pero no a la maestra. Mi atención estaba posada enteramente en el vuelo de aquellas mariposas.
Comprendí cuántas son las formas que nos habitan. Comprendí con qué liviandad etiquetamos a la forma de ser y sensibilidad de un niño. Un poema que escribí hace algunos años dice:
La forma del agua es
una vieja melodía
es
cuerpo sonoro del tiempo
frágil
cristalina
es
río de la conciencia que avanza
aparta todo a su paso
menos al amor
los libros
las flores.
Los niños y más tarde los adultos somos libros y flores, con formas y lenguajes únicos: hacedores de rasgos particulares, nuestra identidad, la que no puede ser arrastrada por el agua.
Si contemplamos a la flor de la Angélica (izq.) y a la Araucaria paranaense (der.) con la preciosa atención de un niño (y también su asombro), notaremos que ambas comparten la forma, pero qué alejadas están sus familias. No guardan parentesco una con la otra y, sin embargo, la forma…
Cuánta perpleja similitud se esconde entre seres tan distintos, y cuántas diferencias entre hermanos. A su vez, de la forma se desprende el fondo: la profundidad, la silueta de contenido único que nos distingue de los demás.
Pienso en lo frágiles y cristalinos que somos.
Según los Códices iluminados (libros medievales con ilustraciones botánicas que señalaban las propiedades medicinales de las plantas), existían especies que expulsaban al demonio de los cuerpos. Una de ellas, la Angélica (también llamada “Hierba del Espíritu Santo”) se denomina así por la creencia de que fue un regalo del arcángel Gabriel para curarnos. Me llamó la atención (la misma atención de mis 8 años puesta en las mariposas) el carácter de “sagrado” y «milagroso» que siempre le otorgamos a algunos seres de la naturaleza.
Los seres humanos también somos naturaleza, sagrados y milagrosos, delicados y quebradizos, como las mariposas.
Chuang Tze
Tan cerca,
tan apenas tan cerca
o lejanísimo, tan solo
un hombre así
posado
en una mariposa.
*
Relatividad
De la distancia
entre la semilla
y el sol
comprendo
que todo es posible.
*
Breve brisa
Si se mueve la hoja
el jardín aquieta.
Tres poemas breves de Beatriz Vallejos
Música para acompañar la lectura: