Pienso en alguna palabra que pueda ahuyentar la soledad de los árboles. Y si una palabra no fuera suficiente, intento con una oración, un papelito, una moneda, un perro olfateando el cantero.
“La asociación entre enredaderas, líquenes y árboles de la selva me hace pensar en los árboles de las veredas. Los árboles de las ciudades están tan solos”.
Claudia Nardini
Pienso en alguna palabra que pueda ahuyentar la soledad de los árboles. Y si una palabra no fuera suficiente, intento con una oración, un papelito, una moneda, un perro olfateando el cantero.
Vamos hacia los árboles… El sueño
Se hará en nosotros por virtud celeste.
Vamos hacia los árboles; la noche
Nos será blanda, la tristeza leve.
Vamos hacia los árboles, el alma
Adormecida de perfume agreste.
Pero calla, no hables, sé piadoso;
No despiertes a los pájaros que duermen.
Alfonsina Storni
Cada año, la mayoría de los árboles pierden lo más constitutivo de su cuerpo: el follaje. Son seres acostumbrados a la pérdida. Pareciera como si flotaran en una nebulosa entre estación de pérdida y estación de renacimiento. Y en medio de la nebulosa, como equilibristas del instante: la peregrinación y certeza de las aves de que esos diminutos continentes volverán pronto a poblarse de hojas e insectos.
La Vinagrilla es la esperanza del Macá tobiano. El Aromito es la esperanza del Cardenal amarillo. Los seres humanos somos la esperanza del Macá tobiano y del Cardenal amarillo. Pero estamos solos y a oscuras, sin un color amarillo a quien parecernos, sin una Vinagrilla donde posarnos.
La soledad de los árboles también es la mía, pero mía también es la esperanza de las flores, del nido, de la oruga, de las fotografías de los transeúntes, del perro olfateando el cantero.
Música para acompañar la lectura:
Rama madre
La rama quedó desnuda
no percibió que era otoño
cuánto deberá pasar
hasta que un nido
se arme otra vez en sus costillas
hasta que la oruga
haga su camino
hacia la transformación.